Buscamos mejorar absolutamente en todas las facetas que podemos. Todo nos parece que podría ser mejor si hiciéramos tal o cual cosa, si cambiáramos de esta o de esta otra manera...
Hay quien diría que, en realidad, la filosofía de la vida y lo que hoy día le da sentido es la competición. La competición por ser mejor que otros, por destacar en cualquier cosa, por asumir el reto de estar en un progreso continuo a lo largo de la misma. Se puede pensar que esta filosofía o forma de dar sentido a la existencia es cruel, incluso despiadada, pero cuando Darwin se enfrentó a infinitos problemas al formular su aceptada Teoría de la Selección Natural también nos dimos cuenta que era un teoría donde solo los fuertes sobrevivían.
Pues bien, ¿es que acaso alguien es lo suficientemente idiota como para creer que esta teoría no está aplicada a los seres humanos? Luchamos continuamente entre todos, quizá no como el resto de animales por la supervivencia, ya que nuestros propios medios e inteligencia han llegado a sustituir todas nuestras carencias para convertirse en una extensión de nosotros mismos que nos hacen los seres más temibles del planeta (y los más destructivos, en consecuencia).
Puede que el ser humano haya conseguido tal grado de evolución que alguno podría asimilar a la perfección. Dejando teorías y pensamientos relativos al margen de esto, creo que nuestra lucha de supervivencia se basa en el acercamiento a la perfección.
Aquel que logre ser mejor que los demás, que sobresalga, en consecuencia, a todos ellos y consiga hacerse un hueco en el despiadado mundo laboral (pues todos debemos conseguir un trabajo en esta sociedad para nuestra supervivencia y la de nuestro entorno en muchos casos, lo que en los animales sería el equivalente a cazar), es el que sale vencedor de esa selección natural. Competimos continuamente, nunca nos relajamos, siempre alerta a los posibles competidores y obligados a mantener ese proceso de aprendizaje interminable. Porque si te estancas, te pisan. Si te pisan, pierdes la batalla de selección y tendrás que empezar de nuevo, seguramente no desde el principio, pero los inicios nunca son fáciles. Porque si empiezas, significa que caíste y, no todos se levantan.
Qué quiero decir con todo esto: ansiamos la perfección. La codiciamos como el mayor tesoro nunca imaginado por nadie, convertido en el más ferviente y oculto deseo de cada uno de nosotros, aunque no lo admitamos. La perfección supone ser el mejor en todo, no poder ser alcanzado por ningún otro. Supone la tranquilidad absoluta debido a que no queda nada por mejorar, ningún detalle que perfilar. Todo es perfecto y, en consecuencia, nunca se fallaría.
Somos estúpidos, somos la especie más avanzada y a la vez la más estúpida. Hermosa ironía.
¿De verdad hay algún tarado que crea que se puede alcanzar ese grado de perfección? Simplifiquemos. ¿De verdad hay algún idiota que piense que se puede alcanzar la perfección en una sola actividad o faceta? Es imposible.
La perfección es una utopía quizá no reconocida por una gran parte de las personas, aún creyendo que se puede alcanzar de alguna forma. Es la mayor utopía jamás (e inevitablemente) creada. Si esta selección natural es nuestro sentido de existir, si la competitividad por ser el mejor es nuestro criterio selectivo, si el progreso es la base de la teoría, sería excesivamente cruel decir que la máxima aspiración de un ser humano sea imposible de alcanzar.
En resumen y, como conclusión, diré que perseguimos imposibles, buscamos fantasmas en lugares que creemos encantados. Simplemente hay que dar la vuelta a esta teoría, simplemente hay que cambiar el sentido de la existencia. Si este consiste en competir para ser mejor que el resto, es ley de vida, se compite. Pero si sabemos que no podemos alcanzar tal grado de perfección en nada de lo que hagamos, no lo busquemos en nuestra competición o nos veremos abocados a un final irremediablemente destinado a una caída dolorosa que se producirá con el tiempo. Continuemos aprendiendo, progresando, mejorando hasta en las cosas más simples de nuestra vida, quizá no con el objetivo ya de competir sino, simplemente, de sentirnos gratificados con nosotros mismos y ser un poquito más agradecidos con lo que tenemos. Busquemos ser primero mejores personas, pues es lo primero en lo que deberíamos centrarnos si no fuéramos esa especie tan despiadada y poderosa.
¿Por qué seguimos en busca de la perfección? ¿Por qué seguimos buscando hielo entre el fuego? Realmente somos estúpidos.
Álvaro Carretero Román.
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