miércoles, 15 de febrero de 2012

La excelencia de los obreros

No es sobre este colectivo entendido como tal sobre lo que me propongo hablar, aunque bien podría hacerlo y conseguir fructíferos resultados con lo que escribiera.
Mi tema de hoy es mi pasión, aquello por lo que sufro, siento y padezco, irradio alegría, orgullo e ilusión por los cuatro costados. Aquello que hace que durante un tiempo, olvide que el resto del mundo existe en el exterior de un modesto y reducido pabellón situado en el sur de Madrid.
Obreros sí, porque nuestro actual entrenador Porfirio Fisac (por quien, he de admitir, siempre he sentido especial debilidad) nos calificó con tales palabras: "Somos unos obreros del baloncesto, tanto club como afición". Frase para el recuerdo, frase estandarte, definición en escasas palabras de un club que siempre lo ha dado todo dentro y fuera de la cancha. Somos obreros, somos luchadores frente a las adversidades, somos ilusionistas y malabaristas económicos. Somos muchas cosas, pero ante todo, un club, un equipo, una afición... enrolado en un todo que forma una única institución. Amor mutuo y eterno; amor verdadero, de corazón.
Porque a falta de un par de días para que de inicio la Copa del Rey en el Palau Sant Jordi de Barcelona, puede que ninguno de nosotros tenga demasiadas esperanzas en que podemos ganar el partido frente al Real Madrid (seamos realistas), pero ahí reside la magia, esa es nuestra fuerza. La ilusión por jugar, el mero hecho del amor al baloncesto mueve a toda una ciudad a brindar un apoyo incondicional que, al menos, acompañe a nuestros jugadores como emblema, que se sienta el espíritu atronador del Fernando Martín. Una horda naranja pasará por Barcelona como si fueran miles, cientos de miles y no desfallecerá hasta que no lo hagan sus jugadores.
Somos obreros y tenemos a la cabeza de semejante grupo a un líder disfrazado de peón, un moralista hecho entrenador que inculca su filosofía a sus pupilos en cada acción, en cada tiempo muerto, en cada palabra... y que luego estos se encargan de transmitir a los aficionados. ¿Qué hacíamos nosotros mientras teníamos serias opciones de entrar en la Copa tras tantos años con la miel en los labios y nos "peleábamos" con otros tantos equipos más? Mirar hacia abajo, mirar de frente al descenso y de reojo a la Copa, porque la quimera de descender sigue presente. ¡Cuánta humildad! Los obreros, difícilmente pueden ascender ¿no?
No es mi intención realizar un análisis, ni rememorar anteriores campañas del Baloncesto Fuenlabrada, ya se ha escrito demasiado sobre todo esto y, si algo he aprendido a lo largo de mis años de estudiante, es que la Historia nunca se repite porque las condiciones nunca son las mismas. Es decir, las estadísticas y precedentes solo son papel mojado, lo que importa es el ahora, la ilusión de jugar, la esperanza de ganar y la pasión.
Por eso, esto no es una simple crónica sobre análisis del partido, ni de las causas por las que estamos aquí, ni una defensa a ultranza de líneas que llevo leyendo desde hace algún tiempo como que estamos aquí porque nos lo merecemos después de todos estos años, que es la recompensa a la humildad y el trabajo bien realizado, al esfuerzo colectivo... No, para nada, eso lo sabemos todos de sobra ya.
Hoy rindo homenaje al baloncesto pero, sobre todo, rindo homenaje a mi modesto club. Porque si fuera entrenador, si pudiera decir simplemente unas pocas palabras a nuestros jugadores, a ellos que tienen la inmensa suerte de disfrutar desde dentro este precioso espectáculo, a la vez que tienen la ingente responsabilidad de hacer un buen papel, les diría que no nos importa cómo jueguen, ni siquiera el resultado. Diría que tomen un respiro, mantengan el silencio durante unos segundos cuando salgan a la cancha y escuchen todo el pabellón. Buscar con la mirada a los cientos de aficionados fuenlabreños que se han desplazado hasta allí y a los miles que, por unos motivos u otros, están expectantes en sus casas viviendo un momento histórico también para ellos. Y, en ese momento, recapacitar. Saber que tienen tras de sí a toda una orgullosa marea naranja que apoya a los insolentes que se atrevieron a desafiar el orden preestablecido y destronaron a los "clubes señores" de la mejor liga de Europa e, incluso, jugarles cara a cara, sin miedo. Y, eso, sería suficiente para que cualquier jugador sintiera la necesidad de dejarse la piel, de luchar cualquier balón, defender hasta la extenuación, meter los tiros que nunca hubieran entrado... Poder mirar a cualquier aficionado a los ojos y verlos anegados en la humedad que provoca el orgullo infinito, la adoración, la ilusión y la confianza absoluta, casi con una petición, una súplica hacia el jugador que estuviera mirando al aficionado en ese momento de que, por favor, le hiciera disfrutar, sentir el baloncesto, vibrar con él, darle motivos para que todo su esfuerzo al ir hasta allí haya merecido la pena, irse a casa con la sensación de sentir una dicha y una felicidad envidiable por cualquiera. Porque saben que no juegan para ellos, ni siquiera para sus aficionados; juegan para la felicidad de estos, juegan para devolver la ilusión y la confianza que se deposita en ellos mismos. Juegan con sentimientos, con sensaciones.

¿Qué podría hacer más feliz a una persona? ¿Qué podría motivarle más o darle más ánimos que saber que está haciendo felices a miles gracias a él?
Por supuesto, mi fe en Porfirio Fisac es inquebrantable, años de confianza ciega en él, porque ha demostrado ser algo más que un profesional del baloncesto. Una persona que se adjudica al completo el fracaso de todo un club al descender, que lo deja por iniciativa propia a pesar de ser el club de sus amores al considerar que no merece seguir en el puesto y no acepta otras ofertas para recapacitar sobre sus errores... es merecedora de todo mi respeto. Eso, sí es predicar con el ejemplo. Por eso, cualquier cosa que diga a nuestros jugadores, debe ser nuestra insignia también.
Hoy es momento de acordarse de todos, Gustavo Ayón (siempre con nostros desde New Orleans), Esteban Batista, Ferrán López, Walter Herrmann, Francesc Solana, Salva Guardia, Nate Huffmann, Brad Oleson, Salva Maldonado... (nombrando muchos de los últimos para que sean más reconocidos por la afición actual) y evocar su espíritu, de luchar también por todos ellos, regalarles este partido mágico a antiguos compañeros o jugadores que dejaron su pequeña huella en nuestro equipo, de reconocer el mérito a tantas generaciones de jugadores, técnicos, trabajadores del club, que han hecho de este humilde club un gigante realmente temible capaz de tumbar a quien sea cuando evocan dicho espíritu de lucha y entrega.
Hoy, levantemos la cabeza, tomémonos, al menos, un minuto o dos de silencio y sintámonos orgullosos de pertenecer a la historia del Club Baloncesto Fuenlabrada. Que entren en nosotros los recuerdos de los días memorables vividos de la mano de nuestro equipo, jugadas que permanecen intactas en nuestras retinas, los días más gloriosos y los momentos en los que alcanzamos la felicidad más pura jamás pensada. Esa es la euforia, eso es lo que desatan nuestros jugadores.
Gracias, a todos, a los que están, a los que estuvieron, a los que vendrán. Gracias por permitir que podamos decir "¡SOMOS DEL FUENLA!" con todos los sentimientos que eso conlleva en tan solo tres palabras, en catorce letras.
Con desbordante ilusión por escribir estas líneas,

Álvaro Carretero Román.











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