Muchas veces nos hemos formulado, bueno, más bien, nos han hecho formularnos esta pregunta y reflexionar profundamente sobre ella, ¿no es así? Es una cuestión tan repetida a lo largo de los siglos que, incluso, muchos se han dado por vencidos intentando responderla. Unos, entre los que yo me encuentro, por no verse capaces de responderla por motivos que expondré a continuación; otros, simplemente por no querer engrasar los obstruidos mecanismos de su cerebro siempre que ello suponga pensar en algo más allá de los problemas comunes a los que nos enfrentamos día a día.
Sin embargo, cada vez son más frecuentes las respuestas rápidas. Es curioso afirmar a tal velocidad cuando la pregunta que se plantea tiene tanta profundidad. Respuestas materialistas, espirituales, respuestas de arrepentimiento que en ningún otro contexto llegaríamos a dar, respuestas escépticas o, incluso, inverosímiles. Aun así, una mayoría de ellas se centra en cumplir una serie de lo que podríamos llamar "objetivos de la vida de cada uno", aunque, personalmente, ese término yo prefiero sustituirlo diciendo que lo que llamamos objetivos, no son más que la persecución de momentos que suponemos gloriosos para nosotros, en los que vibramos como nunca antes, nos sentimos dichosos y realizados; nos sentimos tan felices que ningún otro sentimiento puede empañar posteriormente ese recuerdo que nos queda de dicho momento, un recuerdo imborrable que podemos rescatar de nuestra memoria para recordar que algún día, fuimos totalmente felices.
Muchos dirían que se dedicarían a cumplir cada uno de esos "objetivos" (seguiré llamarlo así por el mero hecho de no haber encontrado una palabra que me convenza más, aunque, insisto, esta tampoco me convence, en absoluto). Yo me pregunto cuántos de ellos lograrían cumplir, si hasta entonces no habían sido capaces de hacerlo. Sin embargo, y aun sin decantarme hacia ningún lado, honro esa idea ambiciosa de querer ser infinitamente feliz antes de abandonar este condenado mundo. Yo, sinceramente y, como ya he expresado al inicio de esta entrada, no me presupongo capaz de contestar a la mítica y ahistórica pregunta que dice "¿Qué harías si supieras que te queda un tiempo limitado de vida?".
Creo que hasta que no te ves en tal desgraciada situación no sabes cómo vas a reaccionar, cómo te tomaras la noticia, si serás capaz de aguantar no solo tu dolor, pues puedes estar realmente preparado mentalmente para afrontarlo con entereza, sino un dolor que no tiene comparación a ningún otro, cual es el de las personas que quieres cuando reciban la noticia. Ese simple detalle, puede hacer cambiar cualquier planteamiento inicial que nos hubiéramos prometido a nosotros mismos en los días que reflexionábamos sobre dicha pregunta. Por eso, admiro de todo corazón a quien es capaz de aguantar el tirón y seguir manteniendo la jovialidad durante sus últimos instantes (pues sí, son instantes, ya que en comparación con todo lo vivido o lo que quedara por vivir, unos días o meses, no son nada), transmitiendo quizá una falsa felicidad hacia quienes te rodean pues, en realidad, es un ciclo, un círculo, en el que transmitiendo tu escasa fuerza a los demás, ellos transmitirán una felicidad incondicional que te hará más fuerte a pesar de vivir los momentos más duros.
¿Qué quiero decir con esto? Que es imposible saber el futuro y, que si ya es difícil saber qué harás al cabo de cinco minutos cuando acabes de leer mi texto, más aún será predecir situaciones hipotéticas de futuro en las que tantos factores y tan diversos influirían en esa decisión.
Aún así, me veo obligado a decir el motivo que me ha llevado a tratar aquí este tema. No ha sido el simple hecho de rizar el rizo con la pregunta, pues parece ya todo un dilema que pervivirá a lo largo de los siglos y que, como cada uno de nosotros somos diferentes, nunca tendrá una misma contestación, sino que ha sido el conocer esta situación casi de primera mano lo que me ha llevado a pensar largo y tendido sobre cómo una persona puede asumir con total fortaleza el hecho de abandonar todo lo que ama en cuestión de días, tal vez, horas.
Conocer el sufrimiento a su alrededor, pero aún así, ver cómo cada minuto que le queda está acompañado y recibiendo el cariño incondicional de una familia que le quiere, y a la que él quiere, una familia que llorará una muerte anunciada. Porque "para siempre" es mucho tiempo, y más si hablamos de pérdidas. Ver y ser testigo silencioso de esta situación no es como para permanecer impasible ante ella. Ya nada puede cambiar, una vida se extingue y su última decisión cuando él mismo conoció la noticia fue mantenerse unido a sus seres queridos.
Porque ese es nuestro propósito en la vida ¿no?, relacionarnos con gente que nos ame, nos quiera, nos de apoyo y nos haga felices. Y si estamos condenados a desaparecer y prácticamente sabemos cuándo lo vamos a hacer, ¿no querríamos realmente hacer aquello que más felices nos ha hecho? ¿No son las personas que nos rodean, en realidad, quienes nos dan la felicidad más absoluta en nuestra vida? Por eso, sin conocer absolutamente de nada a una persona, puedo decir que admiro su decisión y es motivo de todo mi respeto y devoción.
La muerte llega inexorablemente para todos nosotros (dejaré aparte mis creencias y pensamientos sobre este tema, pues son excesivamente personales) y, es curioso, que siendo una de las pocas cosas que sabemos que ocurrirá con certeza en esta vida, nunca estemos preparados para recibirla, dejando oleadas de dolor a su paso.
Con un sentido pesar escribiendo estas líneas,
Álvaro Carretero Román.
No hay comentarios:
Publicar un comentario